Foto de la obra |
Afrontar
un clásico es un gesto de valentía que ha de valorarse en la carrera de un
director y dramaturgo. Alfonso Zurro se atreve con esta pieza dudosamente
atribuida a Lope de Vega, La Estrella de
Sevilla, tragedia que más bien parece obra de Andrés de Claramonte. En
cualquier caso, un debate filológico no contamina una obra contundente respecto
a uno de los temas preferidos del Siglo de Oro, el honor, que en realidad esconde
un problema candente en la época: las relaciones de poder entre la monarquía y
los súbditos.
El
dispositivo que monta Zurro funciona con gran precisión a partir de una
escenografía sencilla pero de gran eficacia dramática y escénica: unas largas
varas doradas que van creando espacios según las necesidades de la situación
dramática. Asimismo, Zurro mantiene a todos los actores en escena, que van
teniendo distintas funciones dramáticas: escénicas (cambio de escenografía),
actorales (creación de personajes) y corales (en ocasiones habla un coro de
raigambre clásica). El coro crea una temperatura trágica muy acorde con el
sentido y significado de la obra, lo que no impide lances de espadachines y
requiebros de amor muy al gusto de Lope de Vega y la escuela lopista.
Los
ingredientes de una obra clásica del teatro del Siglo de Oro español no faltan,
tampoco el tema del honor, «el honor es cristal puro, / que de un solo soplo se
quiebra» pronuncia un personaje, Bustos Tavera, con una gran presencia trágica
en escena, representado por un actor, José Luis Verguizas, de impecable técnica y de una solidez contundente
en el espacio dramático. Es sin duda el personaje y el actor el que más
contrasta en un fresco de personajes previsibles en el teatro clásico: la dama,
el galán, el noble corrupto... El personaje del gracioso, que normalmente hace
el criado del galán, se vuelca sobre la Esclavilla, cuya cruel muerte da
un giro a un personaje que es mera comparsa y contrapunto realista de los
vuelos de su señor o señora. Quizá falte algo de maquiavelismo a Sancho IV, más
oscuridad; a veces el actor se desliza hacia el estereotipo, lo que le resta
eficacia trágica. La Estrella, la dama, además de joven y guapa, debe tener
encanto, dulzura y discreción, así como el galán, ambos personajes encantadores
que sufren las procelas del amor y las injusticias del mundo y el poder
caprichoso.
El
planteamiento de la obra busca culpar al rey sin ninguna vuelta, lo hace de
forma clara y sin truco literario o argumental: la muerte de un inocente se
debe a la veleidad del rey, así, sin más. Ni siquiera Lope con su Fuenteovejuna
cuestiona la autoridad real y eso que esta obra clásica parece revolucionaria
en el imaginario colectivo. La obra y el director lo dejan claro, sin mucho
ruido, pero tampoco con ningún misterio o lectura entre líneas: el poder
también corrompe a los monarcas, en el siglo XIII (la obra se sitúa en ese
época), en el siglo XVII (época de Lope) y por qué no en la contemporaneidad
(época de la recepción de la obra). De alguna manera el honor y la honra son
conceptos que, actualizados, pueden explicar muchas de las taras de la sociedad
contemporánea; hoy se habla de honorabilidad, de honradez, pero en realidad hoy
y antaño el tema es la corrupción del poder, sobre todo si este se desenvuelve
sin control, por encima de las posibilidades del ciudadano.
No
podemos olvidar la iluminación y le vestuario de la obra, que contribuye de
manera decisiva para la creación de espacios y para levantar la imaginación del
espectador a territorios de gran refinamiento estético. Ambos aspectos han sido
premiados y justamente valorados para el funcionamiento de un clásico en medio
de tanta vanguardia, tanto Off, tanto cabaret y tanta experiencia teatral. El
teatro clásico puede decir todavía algo al espectador de hoy si un director y
adaptador como Alfonso Zurro pone todo su talento a trabajar con un excelente
equipo y unos actores muy bien dirigidos.
Apunta: José Aurelio Martín
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