Cada movimiento que haces
comienza con el corazón
Sugar Ray Robinson.
Situémonos a principio
del siglo XX en los paisajes de Irlanda. Allí nos encontramos a Michael y a Jimmy,
dos niños que van a crecer en escena junto con el público en esa gran depresión
que aconteció en la Europa del siglo pasado. Así que les vamos a acompañar a
las tabernas irlandesas antes de partir para los campos de batalla de la I Guerra
Mundial, a las trincheras, después al barco que llevará a uno de ellos hacia
América, a los bajos fondos donde se gestaba la mafia anexa a la ley seca… Este
es el viaje de dos amigos; uno es boxeador.
Hasta aquí, el lector
intuye una historia clásica, contada en varias ocasiones en el cine.
Y ahora la sorpresa. La
gran sorpresa. Redoble de tambores. ¿Cómo convertir esta narración en una obra
maestra si solo son dos actores, sin
apenas escenografía?
Mario Ruiz y José Luis
Montiel lo consiguen con una herramienta, a veces poco valorada, pero
imprescindible para actuar: sus cuerpos.
Una formula que les
llevó a ser semifinalistas del festival Talent Madrid, y que hizo que Boadella
se fijará en ellos.
Empieza la sucesión de
escenas y por ellas desfilan cientos de personajes y de acciones trepidantes.
Mario y José Luis son Michael y Jimmy, pero también el tabernero, el borracho,
el anciano, las chicas; van a la guerra y son los irlandeses, los alemanes, la
ametralladora, el avión; en el barco hacia América, son la clase baja, la
orquesta, los que se pasean por la borda, los que juegan a las cartas… Y por
entonces, los espectadores ya hemos abierto la boca de par en par y admiramos
ese despliegue de imágenes, de personajes y de sucesión narrativa, sin apenas
pestañear nosotros y sin apenas pestañear los que se transforman en el
escenario.
Lo que hacen es escena
estos dos virtuosos de la actuación está en la categoría de lo que al futbol
son jugadores de la talla de Messi o Ronaldo.
Sin lugar a dudas
estamos ante dos grandes, con un nivel de concentración, reacción y escucha digno
de semidioses escénicos, y no escribo dioses porque en algún momento se
permiten el lujo de sudar.
Y luego está el ojo
avizor que ha dirigido el ritmo frenético, plagado de visualizaciones, de
sentimientos y de giros milimetrados. El es David Roldán. Desde esa visión
inteligente, volcada en que no decaiga ni un segundo la historia, que no se
pierda ni un ápice de energía para seguir aprovechando al máximo los talentos
de los que están en escena.
Actores y director en
comunión para dar el mejor partido de su vida, el mejor combate.
Big
Boy es
ver como se transforman dos cuerpos en una coreografía sublime para deleitar al
público, con la pretensión de los que aman el teatro, que es ponerse al
servicio del espectador.
Big
Boy es
un engranaje complejo, construido con pequeñas piezas que configuran un todo
magistral.
Big Boy es conseguir
una sincronía precisa. Todo encaja: las voces, los cuerpos, la música, el
sonido, la historia.
Big
Boy es
una lección de buen teatro, del que nace de las entrañas, de los orígenes.
Big
Boy es
una obra indispensable, de ritmo hecho con una técnica impecable y también con
el corazón.
La Usina C/Palos de la Frontera, 4
Funciones: Viernes 6, 13 y 20 a las 22:30; Domingo 29 a las 19:00
Apunta: Coral Igualador
Ficha artística y técnica:
Dirección: David Roldán
Espejo
Actores: José Luis
Montiel Chaves, Mario Ruz Martínez
Texto: José Luis
Montiel Chaves, Mario Ruz Martínez ,David Roldán Espejo
Cartel: Antonio Laguna.
Compañía: Guantuguán Teatro.
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