Las
religiones han sido desde siempre cosa del pueblo llano, de los más
desfavorecidos, de los menos ilustrados. Es para ellos para los que se crearon
las religiones con el único fin de atemorizar, de mantener a la plebe en un
estado catártico y obediente con las altas esferas político-sociales. Y como
buenos ciudadanos profesaban y profesan la doctrina asignada sin
contemplaciones ni vacilaciones. Así el efecto es de satisfacción y represión, al
mismo tiempo. Los creyentes se sienten siempre en deuda con su Dios asignado.
Es para Él todos los buenos deseos y todas las súplicas. Y como pago de sus tan
altas glorias se les dedican múltiples oraciones, cantos y, sobre todo, la
vida.
Jbara es
una adolescente que vive con su familia en las montañas del Magreb destinada a
servir a Dios —Alá— y al resto de la humanidad por el solo hecho de ser pobre.
Jbara nos cuenta su historia —en flash-back—
sus primeros encuentros sexuales con cualquier vecino para conseguir chucherías
o comida, sus ansias de escapar a la gran ciudad, su huida forzada —repudiada
por su familia— al quedarse embarazada, su dura llegada a la gran ciudad donde
todo es completamente distinto a lo que ha vivido, sus múltiples trabajos como
limpiadora, sirvienta, prostituta hasta que finalmente se convierte en la
esposa reprimida de un Imán.
Arturo
Turón ha adaptado y dirigido la obra Confesiones
a Alá, de Saphia Azzeddine —joven escritora de origen marroquí— de manera
sumamente elegante y nada distante al público. Ha depositado toda la
responsabilidad de un complicado texto dramático con fuertes dosis de
sensibilidad en una sobresaliente María Hervás que ejecuta su papel de Jbara
transportándonos a ese mundo deprimido, a nuestros ojos occidentales, pero
lleno de posibilidades para una niña sin ningún tipo de formación. María Hervás
se transforma en árabe de los pies a la cabeza. Su dicción es clara, aún
entonando sus frases con un marcado acento árabe que no pierde en ningún
momento durante toda la representación. Con ello consigue que el público dude de
si quien se encuentra relatando la historia es la verdadera niña-mujer venida
del Magreb. El ejercicio interpretativo que María hace en escena es francamente
abrumador. Deja boquiabierto el desparpajo con el que lleva a Jbara a relatarnos
su vida a través de las confesiones a su único confidente: Alá. Le pide, le
reprocha, le ama, se entrega en cuerpo y alma, duda… María pasa de niña a
mujer, en segundos, cambiado el rol de forma magnífica. La sentimos como niña
infantil, despreocupada, alegre y como se va convirtiendo en adulta buscando
esa libertad engañosa que ofrece, a veces, el poder del dinero. María se
mimetiza a la perfección en Jbara dotándola de una personalidad propia.
El
escenario tiene pocos elementos decorativos pero el poder de la imaginación que
nos transmite Jbara es suficiente para ver los diferentes elementos que lo
componen en cada una de las escenas. Del mismo modo la iluminación, tenue en
toda la representación, parece más brillante o más apagada según cada tramo del
relato.
Confesiones a Alá está
programada todos los miércoles a las 20:15h en el Off del Teatro Lara, de momento hasta el 25 de
marzo.
Alá, si
está ahí, escúchame.
Apunta:
Vir Casanova
Ficha
artística y técnica:
Adaptación
y Dirección: Arturo Turón
Actriz:
María Hervás
Asistente
de Dirección: Lydia Ruiz
Escenografía:
Beatriz López
Relación
de Escenografía: Eduardo Lasanta
Iluminación
y Ambientación: Jon Corchera
Figurinista:
Ana López Cobos
Regiduría:
Rocío Pina
Sonido:
Esteban Ruiz
Producción:
Eva Marcelo
Prensa:
Gran Vía Comunicación
Fotografía:
Jael Levi
Diseño
Gráfico: Cristina de Diego
Coreografía:
Wanda Obreke
No hay comentarios:
Publicar un comentario