Cartel de la obra |
Que
por mayo era, por mayo,
cuando
hace la calor,
cuando
los trigos encañan
y
están los campos en flor,
cuando
canta la calandria
y
responde el ruiseñor,
cuando
los enamorados
van
a servir al amor;
sino
yo, triste, cuitado,
que
vivo en esta prisión;
que
ni sé cuándo es de día
ni
cuándo las noches son,
sino
por una avecilla
que
me cantaba el albor.
Matómela
un ballestero;
déle
Dios mal galardón.
En estos días la Sala Tú
se convierte en una cárcel que acoge entre sus muros a Abel y Enric,
los protagonistas de Prisionero en mayo de Juanma Romero Gárriz. Ya hemos tenido la suerte de disfrutar de otras propuestas
escénicas de este autor en varias ocasiones: hace algunos años
pasamos una tarde con su Bathory y este invierno nos hicimos
máquina en Aquí hay una mano;
ahora, otra vez, asistimos de visita a su celda de la mano de Nuria,
la carcelera de esta prisión. Tildaba de «suerte» el hecho de
asistir a las representaciones de Juanma porque su teatro es, sin
duda, un ejemplo de compromiso con la dramaturgia contemporánea. Si
habéis visto o vais a ver, como espero, este Prisionero en
mayo, ya sabréis de lo que
hablo.
La Sala se convierte en
una celda: dos camas, una bombilla y una máquina de escribir. Esto
es lo que se ve. Lo que no se ve: veinticuatro o veinticinco pasillos
(como dice la coplilla, que tiene la cárcel de Utrera) que separan
el interior del exterior y una carcelera que los recorre, que anima a
los presos, que les echa una mano a escondidas, que toma café con
ellos; la guardiana que porta las llaves que abren y cierran los
momentos de libertad y castigo de los dos presos.
Ella:
Nuria la carcelera —que en verdad es Marta Alonso—, el personaje
sobre el que se vertebra la realidad que olvidan los protagonistas,
el nexo de unión entre lo que está fuera y lo que está dentro. La
esperanza y el amor para Abel. Marta sabe lo que se hace en el
escenario porque Nuria encaja perfectamente en la horma de su zapato,
conoce a su personaje y lo dota de un halo de ingenuidad y bondad que
pone el contrapunto a los personajes masculinos. En este caso el
interior son ellos, Abel —interpretado por Guillermo Llansó— y
Enric —Karlos Aurrekoetxea—. Guillermo, casi recién llegado a
este montaje, apunta maneras que aún tiene que perfilar en algunos
momentos, y Karlos se hace con el escenario desde que sale. Casi no
le hace falta ni hablar para que el público disfrute con su genial
presencia escénica, sin duda también, el personaje «más
agradecido» porque es el que marca los tempos cómicos de la puesta
en escena.
La
llegada de Enric abrirá una vía nueva a Abel, que acaba de perder a
su compañero de celda «Bocapájaro». El gran Enric, un motivador
de masas —inspirado en la figura de Charles Manson—, encarcelado más por lo que puede llegar a hacer que por lo
que hace, recibe en la celda diariamente cientos de cartas de
admiradores y admiradoras, de psicópatas, de profesores que quieren
saber de él, estudiar su conducta, pedirle consejo... Una de esas
cartas será el detonante de la relación entre estos dos personajes.
Pero en verdad este es el engaño de la obra, la excusa de la que se
sirve Juanma para hablarnos de otras cosas: las relaciones humanas,
el poder de la palabra, la necesidad de relatarse una vida, la
capacidad de vivir sin enjuiciar al otro (en la obra no se habla de
culpables, ni de asesinos, ni de los delitos cometidos... ¿a quién
le importa lo que hicieran?), sin lugar a dudas el gran acierto del
texto que lo aleja de cualquier carga maniquea y lo dota de
universalidad.
La
obra se despliega en dos planos: uno real y otro metafórico-poético.
En su plano real nos cuenta un momento en la vida de dos presos; en
su plano metafórico, Prisionero en mayo
nos habla de la cárcel interior, de ese recinto íntimo del que nadie
escapa, ni siquiera el mejor de los fabuladores. Porque todo es
metáfora y guiño en esta puesta en escena que cuida al detalle los
recursos poéticos. Las referencias al Romance del
prisionero se apuntan en el
título y sutilmente en el apodo del antiguo compañero de celda de
Abel, ahora muerto, «Bocapájaro». Pero no acaba aquí, son
múltiples las pinceladas que recorren la puesta en escena y el
texto: el cante flamenco que abre la obra, la gran Nina Simone
acompañando con su Sinnerman,
el juego textual interior-exterior, la ambientación y la tensión
dramática que se consiguen con escasos elementos: una bolsa de
basura, una lintera o una bombilla, la carcel sin rejas que se abre a
golpe de chasquido de dedos... Toda la puesta en escena se acoje a
una premisa básica «menos es más» y se agradece. Otro acierto
ahora del Juanma director.
Y cómo no mencionar el gran símbolo de
la obra: Abel, el artista dibujante, el escritor encarcelado, el
cervantes preso que escribe para otro, por querer ser otro y acaba
encontrándose a sí mismo.
En
resumen, una obra imprescindible para estos días de fiestas.
Apunta: Conchita Piña
@conchitapigna
Puedes
verla en la Sala tú viernes y sábados hasta el 26 de abril
Ficha
Técnica:
Autor
y director: Juanma Romero Gárriz
Actores:
Marta Alonso, Guillermo Llansó y Karlos Aurrekoetxea.
Compañía:
Vuelta de tuerca
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