Cartel de la obra |
Alberto
San Juan, autor y protagonista de este Autorretrato
de un joven capitalista español ,
sale al Teatro
de las esquinas de Zaragoza
a
exponerse. No se sube al escenario a representar una historia de
otros, sino que sale a contar la historia de todos y de paso a
jugarse su nombre y su futuro.
Alberto
San Juan decide utilizar su renombre y su pasado para explicar al
espectador, desde la primerísima persona, un periodo muy oscuro de
la historia de España. El que va desde la legitimación del régimen
del dictador Franco por parte del Gobierno estadounidense en los años
50, hasta el expolio del Estado del Bienestar actual.
Lo
interesante y lo valiente es que cuenta lo que no han estudiado nunca
los ESOlares en sus libros de texto, lo que jamás dijo
Victoria Prego en su Evangelio por capítulos y lo que tampoco El
País iluminó desde su catecismo guay y molón de los ochenta.
Alberto
San Juan se compromete, no se oculta detrás de una careta ni de un
apellido ficticio, no crea un personaje burladero desde el que lanzar
las piedras escondido, sino que va de frente, con su cara de actor
famoso, con su historia cierta de estrella de cine. Sale a darle otra
manita al muro que ya habían pintado antes Vicenç Navarro,
Monedero, Grimaldos, Eslava Galán, Tamames, Taibo y muchos otros
desde la universidad. La diferencia es que pinta lo mismo pero desde
el teatro. Ahí es donde está la novedad y también la grandeza.
Al
contrario de lo que pueda parecer, su propuesta no es una conferencia
sino una obra de teatro heterodoxa y diferente, y como tal está
concebida. Precisamente por ser teatro, su voz resuena con más
fuerza en el que escucha, ya que parece estar fuera de donde
corresponde. A nadie le sorprende que el profesor Verstrynge exponga
desde su aula esos mismos asuntos, pues la cosa queda donde tiene que
quedar y el contexto en que se produce, por muy transgresor que sea
su contenido, ampara y habilita su discurso. Lo admirable de la obra
de Alberto San Juan es que impacta en el espectador por
descontextualización, porque parece que decir lo que dice ni toca en
ese lugar ni en ese momento. Pero sí que toca.
El
autor ejerce su libertad, documenta el relato, interpreta y divierte,
reflexiona, recuerda y se critica poniéndose de ejemplo negativo,
utilizando sus propias actitudes a modo de paradigma del error. Y
todo sin salirse de su nombre.
Los
estetas, los ladrones, los acomodados, los asesinos, los cobardes,
los profetillas del no y los que creen que se salvan en héroes de
cartulina y ala triste, van a decir su frase de maldad o de burla si
por error ven la obra. Van a intentar llegar hasta la sangre con su
látigo. Van a pedir la cabeza de San Juan. Bueno.
Con
esta obra, Alberto San Juan se mete entre los grandes de verdad
porque abre una vía. Pasa con las vanguardias verdaderas que nacen
como una necesidad tras la extenuación de un modelo caducado y sin
gas, un modelo que ya no sirve para comunicar lo que es
imprescindible. Nacen las vanguardias verdaderas motivadas por un
deseo trascendente, es decir, no buscan definirse como vanguardia,
que es un término estético y pasajero, sino como solución que es
un término existencial y político.
Y
eso es lo que hace Alberto San Juan. Introduce en el teatro un
lenguaje nuevo que hacía falta, rompe con sentido muchas de las
absurdas convenciones que se exigen a un texto interpretado, expone
con claridad unos hechos que no necesitan maquillaje para emocionar
sin trampas, descubre al espectador una historia censurada cuyas
perversas consecuencias sufrimos cada día y lo mejor de todo,
alienta en el final una esperanza.
Ficha
técnica:
Autor,
dirección e interpretación: Alberto San Juan
Iluminación:
Raúl Baena
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