Cyrano.-[…]
Mi elegancia va por dentro y no me acicalo como un ganapán
cualquiera! Aunque parezca lo contrario, me compongo cuidadosamente,
más que por fuera. No saldría a la calle sin haber lavado, por
negligencia, una afrenta; sin haber despertado bien la conciencia, o
con el honor arrugado y los escrúpulos en duelo. Camino limpio y
adornado con mi libertad y mi franqueza. Encorseto, no mi cuerpo,
sino mi alma, y en vez de cintas uso hazañas como adorno externo.
Retorciendo mi espíritu como si fuese un mostacho, al atravesar los
grupos y las plazas hago sonar las verdades como espuelas.
Cyrano
de Bergerac
Edmond
Rostand
De
nuevo El Sol de York nos
sorprende con su buen gusto para programar y esta vez lo hace
celebrando los 10 años en cartel de Idelbrando
Biribó: El último Cyrano.
Los
5 primeros minutos de un espectáculo nos dan la clave de lo que va a
suceder y son tan definitivos que nos predisponen a saber si nuestra
atención de espectadores va a ser mantenida o se va a quedar en un
simple entresueño. Cuando
Idelbrando arranca la obra
disfrazado de un Cyrano
durmiente mientras redacta una
carta sobre un enorme buró de madera, único soporte de la
escenografía junto a un reloj de arena en una esquina, ya podemos
vislumbrar que estamos ante una obra de arte teatral, y poco a poco
vamos adentrándonos en su historia cada vez mejor narrada e
interpretada. Idelbrando cuenta
con el tiempo de un reloj de arena para representar sus porqués de
vida, y ese tiempo de granitos que van cayendo está a rebosar de
recursos que hechizan al público, ya que Idelbrando
trabaja para el público, reverenciándolo como si de su único dios
se tratara.
Desfilan
en el cuerpo de este único actor, Alberto
Castrillo-Ferrer, con su monologo a cuestas más de treinta
personajes poéticos, risibles, risueños, poderosos, mendigos,
actores, fruteros… No pierdan de vista este nombre: Alberto
Castrillo-Ferrer. El es una joya actoral en un pequeño joyero que se
mueve y articula lleno de pasión y dominio escénico.
Atentos
también a la escenografía de un escritorio con cajones de madera
que puede ser todo aquello que la imaginación del grandioso actor
necesite en cada momento. Lo dúctil de la escenografía al servicio
de la flexibilidad de la actuación.
He
de confesar que Cyrano de
Bergerac de Edmond Rostand es
una de mis obras teatrales preferidas, pero ahora Idelbrando
Biribó, tan solo y tanto en su narración, se ha colado entre mi
listado de preferencias.
Ildebrando
Biribó, de nombre imposible, fue el apuntador de la primera
representación mundial de Cyrano de Bergerac el 28 de diciembre de
1897. Al final de la representación se le encontró muerto en su
concha. Este apasionado apuntador, que invade el cuerpo de Alberto
transformándolo en varias historias, hace un acto de entrega total
de todo su arte y humor finamente hilvanado para que nos deleitemos
con esa azarosa mentira que es el teatro.
Un
apuntador que es el soplón, alegoría del soplo de la vida con el
que dios convirtió del barro al ser humano, o con el que el
escritor, el director, el actor convierten en magia teatral una idea
sobre la importancia del que es la memoria del actor, encerrado en
un espacio desapercibido en el escenario.
No
quiero dejar esta reflexión sin mencionar al director de esta
delicia teatral: Iñaki
Rikarte. Ha convertido la hora y media que dura la función en
un despliegue de buen hacer de todo el equipo que configura esta
ventana a la imaginación y al arte sagrado teatral.
Autor:
Emmanuel Vacca
Director:
Iñaki Rikarte
Interprete:
Alberto Castrillo-Ferrer
Diseño
de Luces: Patricio Jiménez
Espacio
Sonoro: Iñaki Rikarte y Manuel Maldonado
Escenografía:
Monica Ramos, Alberto Huici y La Vascoaragonesa
Diseño
de vestuario: Marie-Laure Bénard
Traducción:
Alberto Castrillo-Ferrer
No hay comentarios:
Publicar un comentario