Cartel de la obra |
«Interior
de una casa burguesa. Un gran ventanal ilumina un salón lujoso. Luz
de mañana». Esto es lo que
deberíamos ver en Animal de
Rubén Ochandiano, pero con lo que nos encontramos es con: «Interior de una casa, de la Portera en este caso, salón
sórdido y oscuro. Mañana o noche.
Una mujer agazapada en un sillón».
El
lugar representa muy bien el espacio que la obra quiere mostrar, no
tanto el espacio exterior como el sitio interior en el que se colocan vital y emocionalmente los tres personajes que habitan la casa. Un matrimonio
con una hija pequeña —que no aparece pero que vertebra la
trama— y un amigo que habita ocasionalmente la buhardilla de la
casa. El peso del concepto de familia burguesa, una agresión a una menor, la culpa que pasa de mano en mano, la (i)responsabilidad del
desequilibrio, un triángulo amoroso mal resuelto en la conciencia y
el deseo de los protagonistas y la locura que recorre el alma de cada
uno de los personajes. Todo esto está pero nada es explícito. Una
historia que no podemos desvelar porque todo es misterio, unos
personajes que nos van relatando y descubriendo la historia no tanto
por lo que cuentan, sino por lo que omiten. Y la familia. El concepto
de familia orbitando sobre la cabeza de estos tres personajes que no
se encuentran, que han perdido su lugar, que se han deshumanizado. Y de nuevo, el eco de la familia martilleando (un gran acierto Ochandiano) y el peso de la
apariencia. La crueldad gratuita de los personajes que han perdido la
cordura. La muerte —la buscada en forma de homicidio no la natural— que se resiste a llegar, pero que está presente todo el tiempo. El amor no resuelto o mal resuelto, el amor en definitiva
estructurado en el arquetipo de la apariencia de la clase media-alta y
tras ella, la sombra de lo real: lo animal en este caso.
Rubén
Ochandiano dirige y firma esta obra en forma de thriller
psicológico que sorprende por la forma en la que relata; alejada —y
mucho— de lo que solemos ver normalmente en los teatros. Un texto con
personalidad propia y propuesta escénica sencilla, muy sencilla pero efectista que nos abre, sin juzgar, una ventana a un
momento terrible en la vida de estos «¿seres humanos?»
interpretados correctamente por Tamar
Novas, Alejandro Casaseca
y la gran María
Vázquez. Ella lleva el peso de la obra y ellos la acompañan; a María te la crees de verdad porque asusta cómo hace todo lo que hace: cómo mira, cómo fuma o cómo se pinta los labios. En definitiva, ella
pone la luz y la sombra en esa casa.
Os
recomendamos que vayáis a verla, aún podéis este domingo en La Casa de la Portera. Es una buena excusa para ver un ejemplo paradigmático de dramaturgia contemporánea y sin duda, pasaréis un buenísimo mal rato.
Ficha Técnica:
Texto y dirección Rubén Ochandiano
Actores: Tamar Novas, Alejandro Casaseca y María Vázquez.
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