APLAUSOS POR LA CLASE

Foto promocional de la obra
Marx en el Soho es un monólogo biográfico en el que el filósofo se presenta revivido ante el público en el Soho, pero no en el de Londres, donde vivió, sino en el de Nueva York. Cuando se estrenó la obra en 1999, su autor, el profesor e historiador norteamericano Howard Zinn, ya llevaba cuarenta años reivindicando en sus libros los derechos civiles, la justicia social para las clases más desfavorecidas y el antibelicismo. También es el responsable de La otra historia de los Estados Unidos donde propone una visión alternativa y muy crítica respecto a la versión oficial de la historia de su país.
La compañía La casa escénica nos presenta en el Teatro del Mercado de Zaragoza un montaje en tono de comedia, coherente con la intención original de la obra escrita. No hay que temer discursos grandilocuentes vociferados en un lenguaje sindical porque bien se ocupó el autor de evitar la recreación banal y estereotipada de un revolucionario gritón. El Marx de Marx en el Soho es un hombre, un hombre bueno preocupado por la explotación y el dolor que sufren otros hombres y mujeres a causa de un mecanismo de distribución de la riqueza profundamente injusto. Es también un activista febril obsesionado con su trabajo intelectual, un hombre paradójicamente más idealista que materialista y capaz de subordinar el drama familiar o incluso la humillación personal a su labor revolucionaria, a su misión redentora y universalista.
La directora de la obra opta por un equilibrado despliegue escenográfico. Elementos sencillos que en manos del protagonista evocan a veces con muchísima belleza aspectos de su vida privada o le sirven para exponer de manera simbólica los acontecimientos de la Comuna de París, por ejemplo.
Marx es interpretado en una gestualidad abiertamente no naturalista, mediante una imitación del acento alemán o ruso y tras el parapeto de una enorme barba-máscara. Este aspecto ficcional en la construcción del protagonista, podría ser entendido también como un elemento que le proporciona coherencia. Es decir, si la obra tiene su génesis en un acto tan fantástico como es la resurrección de los muertos, el personaje, para ser creíble, tiene que hablar y moverse dentro del espectro de lo fantástico e irreal. Interpretar a un comunista resucitado un siglo después de su muerte en la metrópolis del capitalismo con los parámetros que utilizaríamos para caracterizar a un Tío Vania o al Doctor Stockmann sería grotesco.
La obra es imprescindible por la historia que cuenta, pero además lo es por cómo la cuenta. Admiramos la heterodoxia inteligente de Howard Zinn por elaborar una excelente clase sobre Marx y sobre algunos aspectos básicos del Marxismo y convertirla en teatro. Una clase para todos los cursos, divertida e interesante, donde se trenza la vida personal del filósofo alemán con su doctrina política y esta a su vez con la infraestructura económica que le tocó vivir.
Teatro y pedagógico son dos términos que parecen componer hoy un oxímoron casi de la misma magnitud que ministro dimisionario o banca ética. No tanto. Pero sí hay en el arte actual una hipertrofia de las manifestaciones intimistas, autorreferentes, personales y originalísimas que empiezan y acaban en el sujeto Yo. Necesitamos más teatro que quiera enseñar deleitando, como decían los ilustrados, y más compañías como La casa escénica que se atrevan a llevar a los escenarios esas obras. Vaya a ver Marx en el Soho cuando tenga la oportunidad y al finalizar aplauda a Alfredo Abadía como actor y como trabajador, pero imagine que también está dirigiendo sus aplausos al profesor Zinn por la clase que acaba de impartir. Y es que a los profesores nunca les aplaude nadie y también se lo merecen.




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