Cartel del ciclo bicentenario de Verdi |
El sábado 26 de enero asistimos a la representación de Rigoletto de Verdi, en el Nuevo Teatro Alcalá. Esta ópera se estrenó en 1851 y supone el fin para Verdi de lo que él mismo denominó «años de galeras», en los que componía obras por encargo, sin poder dar salida a sus propios intereses musicales ni argumentales. Es con Rigoletto cuando despega el mejor Verdi, el que empieza a dar importancia a la transcripción de las pasiones y conflictos humanos de una manera mucho más moderna, menos estática y anquilosada. Además, comienza también a elegir para sus libretos obras literarias que le interesan, entre otras cosas, por razones políticas: Rigoletto está basada en la obra de Víctor Hugo El rey se divierte, y no era sino una crítica a la política de la corte, sus corrupciones y prebendas.
Estos temas, que desgraciadamente no dejan nunca de estar de actualidad, fueron adaptados por Verdi para denuncia de la situación que se vivía en ese momento en Italia. Tanto Hugo como Verdi sufrieron problemas de censura y, finalmente, en la ópera el rey quedó convertido en duque para posibilitar su estreno.
En cuanto al reparto, y por un cambio de última hora, pudimos precisamente disfrutar de un estupendo duque, interpretado por el tenor Miguel Borrallo. Le acompañó con gran nivel y bella línea de canto la soprano Graciela Arméndariz, en el papel de la desafortunada Gilda. Tanto el resto del reparto como la orquesta, dirigida en esta ocasión por Alejandro Jassan, cumplieron su cometido con corrección. El conjunto obtuvo un muy importante éxito de público, que disfrutó del espectáculo atentamente.
Nos gustaría destacar la voz de Borrallo, a cuyo cargo corrían no solo la famosa aria de La donna è mobile sino la mucho más difícil Ella mi fu rapita; además capitaneó con fuerza y poderío el bellísimo cuarteto Bella figlia dell´amore. Uno de los intereses de asistir a representaciones de ópera fuera de los teatros principales del género, como el Real o el Liceo, es la posibilidad de descubrir voces jóvenes y prometedoras, cantera de la que pueden y deben alimentarse dichos teatros. Miguel Borrallo supone una interesante novedad, aun cuando ya lleva algún tiempo mostrándose en los escenarios. Su instrumento es poderoso y de gran belleza, y no será difícil encontrarle en el futuro en otros feudos operísticos.
Finalmente, es reseñable el magnífico éxito de público, que prácticamente llenaba el teatro. Es un placer contemplar el interés de la audiencia, atenta a un género como el de la ópera que, aunque no podrá dejar de ser minoritario, necesita de nuevos seguidores sin los cuales, en último extremo, perdería su razón de ser.
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