Foto promocional de la obra |
Hubo un tiempo en que ser cómico era
una profesión arriesgada y apasionante, hubo un tiempo en que si
eras cómico te jugabas la vida, y pasabas hambre y tu familia te
repudiaba, y el frío te sorprendía en un furgoneta desgualdrajada y
solo podías ser lunático. La Zaranda, de la baja Andalucía,
geográfica y socialmente hablando, fue un grupo verdaderamente
independiente que, como Los Goliardos, Tábano, La Cuadra y
los grupos catalanes, tuvieron que adaptarse a los tiempos del
capitalismo de mercado, del teatro de escuela, del artisteo feroz y
el desconocimiento del oficio de ser cómico. Los de La Zaranda
siempre quisieron ser cómicos, como los de la legua, y seguir a lo
suyo, sin pervertirse, ahondando en un lenguaje escénico propio, de
pura investigación, aunando sus raíces con lo contemporáneo, sin
falsete ni empastichado, fieles a una manera de trabajar y de
concebir el espectáculo teatral.
Traen al Festival Iberoamericano de
Teatro (FIT 2013) su último montaje, ya premiadísimo, El régimen del pienso, en el gran Teatro Falla, una obra sobre
pocilgas, oficinas, hombres y cerdos. Como ya es habitual en La
Zaranda, les importa crear un lenguaje escénico construido con
objetos, normalmente usados, estructuras escenográficas
constructivistas, y una interpretación actoral muy deudora del
expresionismo contemporáneo. El actor no obedece a la pauta rígida
del trazado escénico clásico y comercial, sino que se mueve
libremente por escena, creadoramente, con una técnica muy depurada,
de mucho trabajo corporal y espacial. La manera que tienen los
actores de La Zaranda de ocupar el espacio es un prodigio de
estética, de equilibrio, a pesar, a veces, del abigarramiento de la
escena, que parece caótica y, sin embargo, es fruto de la creación,
de una realidad no siempre ordenada. Los actores, como es tradición,
hunden sus raíces en tipos jerezanos, pero nunca recaen en el
folclore, antes bien, se fugan a lo absurdo o a lo grotesco, a
Beckett o a Ionesco. Hay detrás de La Zaranda, del grupo,
muchas lecturas, muchos ensayos, mucha creación colectiva. Se
percibe el trabajo de grupo, el aporte de todos, el verdadero
compromiso cooperativo.
La escena es muy limpia, con muy pocos
elementos pero que permiten construir muchos espacios y crear muchos
ambientes: en este caso son cuatro módulos de estanterías móviles,
archivos viejos y cuatro lámparas con sus respectivos cables
eléctricos que caen de arriba en primer plano. Es una escenografía
constructivista con gran rendimiento escénico a partir de un gran
trabajo actoral. El actor no está atrapado en una escenografía
inmóvil, sino que crea él mismo la escenografía y la somete a su
control creativo. Los objetos, asimismo, suspenden su función
habitual y entran en un nuevo código de significado, más abierto,
más sorprendente y más polisémico. Los archivos viejos archivan
documentos, pero también ropa y zapatos viejos. Los archivos se
colocan, pero también son los ladrillos negros de una cama-ataúd
que sustenta al personaje más desvalido. Unas veces se apilan, otras
se desordenan, o se acarrean sin sentido, absurdamente, por unos
personajes en pleno desconcierto existencial. Las lámparas, por su
parte, con sabor a oficina antigua, sirven para iluminar localmente
la escena, añadiendo interesantes matices lumínicos y
significativos. Un prodigio de sencillez y de complejidad creadora.
Concepción muy contemporánea de la escenografía y los objetos, y
muy bien trabajada tradicionalmente por el grupo.
Los cuatro personajes en escena
cuentan una historia que quieren que el espectador intuya más que
entienda. Son tres trabajadores de una empresa de cerdos y se
confunden las pocilgas con las estanterías de archivos. No sabemos
si los cerdos son los trabajadores, o los trabajadores mueren como
cerdos sacrificados por una epidemia. En cualquier caso son
personajes grotescos que administran la muerte. Son personajes de la
poética del absurdo, perdidos en una existencia sin sentido, pero
con un personaje desvalido, frágil, que no pierde el latido humano
entre tantas máscaras de gorrino grotescas. Ese personaje frágil, a
punto del derrumbe, es víctima de la epidemia, de la administración
terrible de la muerte de unos oficinistas rutinarios. Es el personaje
con el que el público más se puede identificar, pero que nunca
llega a hacerlo porque el actor lo distancia a lo Brecht,
recordándonos que esto no es más que una representación y el
absurdo reina más allá de este juego dramático.
La Zaranda, tras 35 años
fieles a un oficio y una concepción del espectáculo teatral, vuelve
a sorprender con este montaje: El régimen del pienso. Estos
cómicos que se aferraron al teatro como una manera de ver y de vivir
la vida, recogen los frutos de muchos años de trabajo, de
sinsabores, de mucho frío e incomprensión, pero con la dignidad del
que ha vivido sin pervertirse de un oficio hambriento, prostibulario
y, a veces, equívoco. Mucho nivel.
Ficha técnica y artística
Luis Enrique Bustos, Gaspar Campuzano, Francisco Sánchez, Javier Semprúm
Paco de La Zaranda (Dirección)
Paco de La Zaranda (Espacio escénico)
Eusebio Calonge (Iluminación)
Cecilia Molano (Diseño de cartel)
Juan Carlos García y Víctor Iglesias (Fotos)
Música: Pablo Luna. Preludio de El niño judío, J. N. Hummel. Concierto para trompeta (II. Andante), Orlando Portocarrero y su Banda. Alma española, Rorate Caeli Desuper, Coro de Monges do Mosteiro de São Bento e Coral, Colégio do Bento de Núrcia (Río de Janeiro)
Coproducción Compañía La Zaranda (Teatro Inestable de Andalucía la Baja y Festival Temporada Alta)
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